Y se hizo la luz

El sol pone luz al planeta Tierra: la luz del alba, la más brillante del mediodía, la luz del crepúsculo. La luz del sol colorea el agua desde el gris al verde y al turquesa en todos sus matices. La luna pone luz a las noches y la penumbra se aclara y ampara el amor a la luz de luna, que es faro de los navegantes.

El Hammam Al Ándalus propone la búsqueda de la luz, pero no en las bombillas y en los focos evidentes, sino más allá de las convenciones y de la técnica: propone buscar esa luz en nuestro espacio, que favorece el fulgor de cada cual, la luz necesaria para encender nuestras experiencias y deseos. Es esa luz que ofrecemos en el Hammam, en los baños y en el temblor del agua: la que perdura e ilumina el imaginario personal y colectivo que ha de llegar, porque ya hemos abierto el camino.

El día 16 de mayo se celebró el Día Internacional de la Luz , trascendente porque la historia de la humanidad es historia de la luz.

El origen del fuego cambió la evolución, desde el homo erectus, que golpeaba piedras, frotaba palos o aprovechaba volcanes.

La luz eléctrica, desde que la inventó Thomas Alva Edison en 1878, revolucionó la experiencia vital de los hombres.  ¿Quién concibe ya la vida sin enchufes, móviles y lavadoras?

El tratamiento de la luz natural ha sido reflejada en el arte con extrema belleza y cuidado: la interior de Vermeer, la mediterránea de Sorolla, el esplendor lumínico del Renacimiento en Miguel Ángel o Boticelli, el claroscuro barroco en la furia de Caravaggio, la delicadeza de Velázquez y la etérea inquietud de Murillo. Ya en el impresionismo, las variaciones de la luz en cada obra dimensiona otra realidad: Renoir, Van Gogh, Monet, Toulousse Lautrec; en algunos ya aparece la luz artificial como motivo. Se trata de un auténtico estudio pictórico sobre la incidencia de la luz en el paisaje y en las personas.

Pero también las simples velas ofrecen luz que baila con las sombras y serenan el espíritu. En el Hamman la luz escasa, cuidada al detalle, resulta garantía del encuentro con nuestro brillo. Y por eso hemos investigado su intensidad, para que no interfiera en el bienestar personal.

Y luego sempiterna florece la luz interior de los seres vivos, la que emana de los rostros y  las pupilas, de dentro afuera. La luz que desprenden los cachorros y las mascotas con sus juegos y su necesidad de afecto. La luz del bebé cuando sonríe, de los niños cuando juegan. Es luz que enternece la dureza de vivir.

También existe luz hiriente a veces y hay que buscarla en los neones de un hospital, de las fábricas o de las oficinas, de los consejos de Gobierno, de los aeropuertos, de las estaciones de tren. Existe, está, y debemos aprender a regularla.

La luz invade nuestras vidas de tristeza y de alegría, perspectiva, desarrollo y superación. La luz verdadera se halla en pequeñas cosas y emociones del día.

Un rato de felicidad supone esa fosforescencia que nos reconcilia con nuestra fuerza para seguir adelante. Incandescencia y destello para la lucha de superar la tiniebla.