¿Dónde está el aura que a veces nos falta? ¿Dónde el valor, la valentía, el vigor físico que nos cede fortaleza? ¿Dónde la solidez y la firmeza del alma para no perder el norte de las ambiciones y la justicia, sin perder la ética entre lo que queremos y lo justo?

Aquí la fuerza, y en todo su energía, en ejemplos incuestionables:

La fuerza vibrante de un allegro en los conciertos para violín y orquesta de Las cuatro estaciones de Vivaldi (1725). O la fuerza aromática del agua del Hammam sembrando proyectos. Y la fuerza pequeña de un niño que porta su mochila hasta la escuela. O la fuerza libertaria de Espartaco dirigiendo la rebelión de los esclavos romanos contra el Imperio.

La fuerza soberana de los que siguen su trayecto después de sufrir las peores pérdidas.

La fuerza luminosa del sol de julio que levanta la grisura del invierno en cada espacio presidiendo el deshielo de la naturaleza y la humanidad.

La fuerza resistente de las madres que acogen en brazos al bebé durante horas. O más bien toda la vida.

La fuerza imposible en las piernas del corredor de fondo que no se deja abatir por el cansancio.

La fuerza brutal del agua en un tsunami que arrasa las costas.

La fuerza ígnea de un volcán que entierra poblaciones bajo su lava.

La fuerza fraternal con que un río riega los sembrados, sin exigir nada.

La fuerza inquebrantable de aquellas brujas y herejes que quemó la Inquisición.

La fuerza primera del big bang para crear el universo y expandirlo.

La fuerza sabia de nuestro mayores cuando exigen dignidad en sus pensiones.

La fuerza asesina de los tiburones en los océanos, incluso en tierra firme.

La fuerza inhumana de la energía nuclear y de las bombas atómicas.

La fuerza delicada o vehemente del amor cuando se manifiesta sin permiso.

La fuerza en blanco y negro de Sebastião Salgado fotografiando lo más terrible y lo más bello de este mundo.

La fuerza entrañable del enfermo que recorre el pasillo del hospital para seguir vivo.

La fuerza majestuosa de los que cruzan desiertos con el agua racionada.

La fuerza orgullosa de ciudades que soportan en pie los seísmos.

La fuerza multicolor y evocadora de un arcoíris tras la lluvia.

La fuerza anímica que sobrecoge en la pintura El grito (1910) de Edvard Munch.

La fuerza titánica del padre que aguanta en pie cuarenta horas a la semana.

La fuerza jubilosa de las mujeres cuando recorren las calles reclamando la igualdad.

La fuerza de espíritu por sobrevivir en los judíos de La lista de Schindler (Steven Spielberg, 1993).

Decimos fuerza de tornado y el coro de los siglos responde su eco.

Decimos fuerza y hasta los minerales desean ser nombrados.

Decimos fuerza porque la necesitamos para que nos alumbre por el túnel de la existencia.

Decimos fuerza buscando resplandor. Y la encontramos.

Decimos fuerza y se gesta una escritura con nuestro nombre y apellidos.

Aquí la fuerza callada de cada uno de nosotros viviendo, acercándonos en el tiempo al fondo de nosotros.