Noviembre está el penúltimo de la fila. Decae el año y nos acordamos de los que ya no están. La irremediable pena da paso a la alegría de saber que un día compartimos sueños con ellos. La vida es un trote hermoso que se precipita a su final en cualquier momento. Pero ese colofón que cierra no debe frenarnos a vivir intensamente cada momento de esta bella existencia.

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Las gotas de agua dulce del río bailan alegres y vivarachas en su cauce por arroyos y  afluentes. Su ciclo pasa por grandes pendientes, para hacerse balsa después e, irremediablemente, acabar. Las gotas de agua dulce del río no saben que, poco a poco, se abalanzan, con su paso jaranero y decidido, al grueso de la inmensidad salada del azul que las verá morir. Con esta llegada al océano colosal, su naturaleza ligera y transparente abrazará el devenir salino. Pero en su final, ya nada les importará porque, cuando se den cuenta, ya serán parte del infinito mar.

Aceptar que no somos eternos

La imagen de morir como un río fue usada por el escritor José Luis Sampedro cuando a su avanzada edad, todavía enormemente lúcido, le preguntaron cuál era su actitud ante la muerte. Y él respondió con este bello símil: acabaría sus día feliz de haber disfrutado y vivido plenamente, aceptando así su final satisfecho, como el río que se convierte en mar.

Normalmente, en vez de fluir con la idea del ciclo de la vida, las personas nos resistimos a él. Nos negamos a pensar en la muerte y nos agarramos a la permanencia de la vida y a una infinitud que nunca existió. Esta resistencia al fin es algo humano, que, sin embargo, nos roba infinidad de sufrimiento. ¿Por qué no aceptar que algún día acabaremos y antes de hacerlo aprovechar cada momento vivido?

En los matices está la esencia

En la vida pasamos por varias etapas. Por un lado están la fuerza e ingenuidad de la juventud, que nos hacen desear cambiar el mundo. Y en otro extremo, en la edad adulta, solo queremos conocernos bien a nosotros mismos para atajar a ese camino que nos haga felices intensamente. Al final descubrimos que, para cambiar el mundo deberían surgir revoluciones personales en cada uno de nosotros. Lecciones que solo el tiempo nos desvela. Predecir presagios solo añadirá más peso en nuestra mochila vital.  

Los cabellos plateados y las arrugas aparecerán. La vitalidad dará paso al sosiego. Y la aurora de un día desembocará en el ocaso del mismo. Perdemos mucho tiempo útil en adelantar angustias y temores. La madurez nos enseña a paladear cerrando los ojos y a perdernos en matices, que son infinitamente más importantes que las prisas que nos poseen al querer abarcarlo todo. No podemos abarcarlo todo y no pasa nada. Es natural. Somos humanos y nuestra naturaleza es fuerte y delicada a la vez.

La ligereza de caminar sin lastre

En este mes de noviembre descubre la tranquilidad que puedes experimentar aceptando la naturaleza impermanente de las cosas y de las personas. Sacúdete ese lastre que tanto te hace temer por todo y descubre que existe otro tú, más ligero y liviano, que aprecia los buenos momentos y es capaz de vivirlos intensamente.


Es cierto que llegarán tiempos que entrañen una despedida; es cierto que no siempre estaremos arriba, en el culmen de la felicidad. Pero, ¿por qué sufrir si aún no ha ocurrido? Es como perderse una instantánea que la naturaleza nos regala, mirándola por la pantalla de un móvil para inmortalizarla y recordarla después. Acéptate humano, perfecto e imperfecto a la vez, y déjate fluir por las aguas que este río de la vida te prepara para alcanzar tu yo más auténtico, más libre y genuino.

2 respuestas a «Noviembre, el devenir de un río»
    1. Gracias, Paula. Comentarios como los tuyos nos animan seguir así, y mejorar cada día… 🙂
      Gracias!

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